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Columna de Opinión:

por Mg. Claudio Moreno Rojas 

Abogado

Magíster en Pedagogía en Educación Superior → Universidad Tecnológica de Chile en conjunto con la California State University

Magíster en Derecho → Pontificia Universidad Católica de Valparaíso[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][rt_separator_style separator_direction=”center” separator_style=”three”][vc_column_text]

Estamos acostumbrados, por desgracia, a ver campañas de adultos y niños con sus caras marcadas por los golpes recibidos, con las que vamos haciendo construcciones sociales de lo que creemos, o hemos socialmente convenido, por el significado de la palabra “violencia”.

Lo anterior nos puede hacer olvidar otras tantas formas de violencia, y que hemos normalizado como sociedad. Hoy nos sigue pareciendo normal que alguien nos saque a empujones de un terreno de uso público con humillaciones, o los insultos y vejámenes a nuestras autoridades políticas en redes sociales o al que políticamente piensa diferente, al que luce distinto, al que quiere distinto y así. La violencia, por desgracia, está en todas partes y aún parece que fijamos más nuestra mirada en si alguien tiene su cara morada o no. Y por supuesto la familia, la vida en pareja, tampoco están libres de ella.

Para comenzar estas líneas, se hace necesario partir desde una máxima que tomaremos como irrefutable: “la violencia no es sólo física”. No argumentaremos el por qué de esto, pero supongo que estará usted de acuerdo conmigo. Y si la “violencia no es sólo física” la pregunta entonces es ¿qué es violencia, y qué no lo es?

Hace ya varios años, en una audiencia, escuché a una jueza de familia, referirse a la violencia psicológica, a mi juicio muy acertadamente. Y lo hizo, refiriéndose a ella, como ese tipo de agresión subterránea que no se ve, pero que puede ser tan o más potente que un golpe, porque mina en tu dignidad, en tu cabeza y en la forma en que comienzas a ver la realidad de las cosas con un efecto que puede ser no sólo más eficaz, sino incluso más agresivo y duradero que la de un sólo golpe.

Porque el maltrato psicológico es invisible, por eso nos cuesta tanto detectarlo y “detectarnos” como víctimas o al menos partícipes de un escenario de violencia psíquica dentro de nuestra familia, en nuestra pareja, o en el proyecto de vida que, “con otro”, hemos planeado. Porque cuando el maltrato, y el agresor, logran traspasar el cuerpo y se meten en nuestras cabezas, se altera también el juicio y el concepto que tenemos de nosotros mismos y se amplían las barreras de lo aceptable en una relación, desdibujando los límites de lo que podemos permitir del otro y de lo que podemos permitirnos o no aceptar.

Tal vez, usted esté viviendo en una relación de esas que los especialistas llaman “tóxicas” donde, tal vez, no recibe golpes, pero sí insultos, provocaciones, indiferencias, infidelidades, presiones, humillaciones que afectan su integridad psicológica, de una manera tal que usted dejó de ser el mismo (a), ese que era antes de iniciar el proyecto con esa persona que cree amar, llegando a un nivel de ya no reconocerse en el espejo porque ni usted sabe ya quién es, ni cómo llegó hasta ese punto. Tal vez incluso, usted, por defenderse, está siendo violento (a) también.

Lo único que sí está claro, es que, si usted sufre estas agresiones, no debe sentir culpa. Porque no, ¡no es su culpa! Con apoyo profesional, usted se dará cuenta que probablemente usted no estaba enamorada (o) de esa persona que le lastima, tal vez usted estaba aferrada (o) con todas sus fuerzas al proyecto que usted misma (o) construyó entre sus planes y sueños con esa persona como protagonista. Y “el amor al proyecto” es normal, porque todos los tenemos y todos los queremos concretar a toda costa, pero jamás puede ser a costa del amor propio.

Sin embargo, no siempre la persona que quisimos poner en esa historia calza realmente en el papel. Es como tratar de ponerse un zapato que siempre quedó, y quedará chico para nuestro pie, que a la fuerza puede que calce, pero aprieta y, al poco caminar dolerá, y siempre será así, y nada podemos hacer al respecto, sólo aceptar que no era para nosotros, lo que claramente es muy difícil, porque estamos apegados. Pero insisto, no era para nosotros.

Siempre digo a mis clientes que para remar un bote se necesitan dos remos, si sólo rema uno, el bote girará siempre en círculos sin ir a ningún lado. Si usted siente esto, tal vez lo que queda es parar, dejar de hacerse este daño, dejar de forzar el zapato y buscar nuevos planes y sueños. Pero si usted además siente que sufre, que, de la pena de amor, ha pasado a la enfermedad, y que además su compañero (a) goza con ello, ya es hora de pedir ayuda, y ojalá profesional y si todo esto va mucho más allá, denunciar. Porque todos necesitamos ayuda alguna vez, y no es malo pedirla. Mal que mal usted está tomando la decisión valiente de detenerse, de dejar de vivir en una historia sin sentido y darse el derecho de construir otra que sí lo tenga. El “cambiar de zapato” puede ser su derecho si pese a todos sus esfuerzos sabe que, muy en el fondo, que nada va a cambiar.

Todo esto parece simple, desde quien lo escribe, y tal vez no lo es para usted que me lee. Pero, con el paso del tiempo, y con ayuda terapéutica, se dará cuenta que sí era más fácil de que lo pensaba, se dará cuenta también que el amor debe ser un sentimiento positivo y no de angustia permanente. Y, que, si la persona que tiene a su lado en esta historia, a la que usted de buena fe quiso darle un sitial de honor, no aprecia ese gesto ni ese papel, tal vez no la (o) ame como usted merece o necesita. Sí claro, aceptar esto también es difícil, pero al final del día, supongo que usted y yo sin ser psicólogos, estamos de acuerdo que quien dice amarte no te agrede, no te insulta, no es infiel, ni humilla, y si lo hace es porque no te ama, así de simple. Porque, hasta donde sabemos, una persona que te ame te querrá ver bien, no mal.

Tal vez usted esperaba que en estas líneas yo le diera un catálogo legal de hechos que pueden constituir violencia psicológica, pero no puedo hacerlo, porque no es sólo un hecho, sino un conjunto confuso de ellos, y que sólo usted conoce, y que aunque aparentemente inofensivos, pueden estar dañando su integridad y la de sus hijos, si los tiene, en la medida que han ido ocurriendo, así como señalaba la jueza que cité hace unos párrafos: de manera “subterránea e invisible”.

Por tanto, sólo le puedo apoyar desde aquí, contando que la ley de Violencia Intrafamiliar, número 20.066, nos señala de manera enfática, que un acto de violencia intrafamiliar es “todo maltrato” que no sólo afecte la vida o la integridad física, sino también la integridad psíquica de alguien, por quién usted está o estuvo ligado por diversos lazos de familia o convivencia que la norma señala.

Lo importante aquí es entender que nuestro ordenamiento jurídico, de la que esta ley es parte, protege no sólo la vida de las personas sino también su integridad desde sus múltiples variantes. Porque las personas estamos hechas de múltiples facetas, somos cada uno, un universo no sólo físico o material, sino también psíquico, emocional y espiritual. Y todo eso el Derecho lo reconoce, y no sólo eso, lo protege.

No se siga permitiendo este daño, del que usted no tiene ninguna culpa, porque no se lo merece, y atrévase a soltar el proyecto, y no digo a la persona, porque tal vez esa persona nunca estuvo ahí. Mientras eso ocurre, no acepte, no permita que otra persona se apodere de su psiquis porque es sólo suya, no se permita enfermar, ni hacer cosas que, en estado normal no haría jamás. Existimos abogados para apoyarla en su protección y para identificar si lo que usted vive es violencia psicológica desde lo legal, y psicólogos para apoyarla en su decisión de reconstrucción desde lo vital.

¿Ve?, la ley también lo(a) protege en este aspecto, porque los golpes nunca han sido necesarios para hablar de violencia, porque tal vez usted la padece y no se ha atrevido a aceptarlo, sólo hágalo, pida ayuda, y verá como vuelve a ser la persona, la que siempre debió ser, antes de que todo esto sucediera. Entre todos podemos echarle una mano para que se dé cuenta que nadie puede caminar con un zapato apretado en los pies.

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