Columna de Opinión:

Por Mg. Claudio Moreno Rojas

Abogado

Magister en Pedagogía en Educación Superior.

Magíster en Derecho.


Entonces, si no es del Presidente, no es del Papa ni de un rey, ¿el poder de quién es? ¡Es nuestro pues! suyo, mío y de todos. Y por eso es que usted hoy tiene el derecho de reclamar derechos.

 

Ya en el número pasado, dejamos zanjada la discusión de si el hombre podía o no vivir solo y hemos apostado por la segunda opción: no, no puede.

A lo largo de estas semanas debemos comprender la relación que usted tiene con este “señor” llamado “Estado”. Para ello tendremos que saltarnos muchos siglos de historia (casi todos en realidad) para visualizar cuál su posición frente a esta súper estructura de la que todos formamos parte.

Desde la Revolución Francesa que comienza en  1789 y la Declaración de Independencia de los Estados Unidos del 4 de julio de 1776, entre otros hitos históricos que nos influyeron enormemente, se origina un reposicionamiento del individuo frente al Estado, situándonos en un lugar distinto al conocido hasta ese entonces. ¿Pero cómo así?, ¡fácil! fíjese que en los tiempos de la Roma antigua las personas no eran todas iguales, las mujeres, los esclavos e incluso personas que tenían alguna discapacidad eran consideradas: algunos como cosas, y otros absolutamente comerciables o desechables; muchos siglos más tarde, entre  monarcas y papas  se dividían la Tierra conocida y se concedían derechos de conquista y de dominio sobre personas y territorios. Entonces, nosotros no éramos “personas” (en el concepto que actualmente conocemos), siempre éramos súbditos de alguien, por lo que malamente podíamos exigir derechos, de hecho en  gran parte de la historia de la humanidad siempre hemos sido propiedad de otro.

Sin embargo, muy lentamente se comienza a entender al Estado en otro rol. Y el flujo de poder que siempre provendría desde “arriba” se invierte, para entenderse originado desde “abajo”, desde las bases, de la gente. Así, ya no comprenderemos al gobernante como dueño del poder sino como un ejecutor del mismo, hoy, entendemos que cualquier Presidente de la República no debiera quedarse ahí para siempre sino por un plazo determinado, y de las constituciones comienzan a exigirse ciertas características indispensables para llamarse tales (esto se llama Constitucionalismo Clásico). Entonces, si no es del Presidente, no es del Papa ni de un rey, ¿el poder de quién es? ¡Es nuestro pues! suyo, mío y de todos. Y por eso es que usted hoy tiene el derecho de reclamar derechos.

 

Importante es aclarar que el poder es uno solo, por costumbre solemos hablar de “tres poderes”: ejecutivo, legislativo o judicial, pero la verdad es que estas son manifestaciones de un sólo poder, el del pueblo que es el único dueño. Entonces más que hablar de “poderes” será mejor hablar de “funciones” y no son tres sino tantas como necesidades tenga el hombre, lo que pasa es que nosotros someramente conocemos tres, pero además existen la función contralora o la constituyente y todas las que sean necesarias para que el Estado cumpla su fin en pro del bienestar de las personas, de “todos y cada uno”, el denominado “Bien Común” que es la gran finalidad del Estado chileno. (Artículo 1 de nuestra Constitución Política)

Otra consecuencia de este reposicionamiento es que dejamos de servir al Estado y es el Estado el que nos sirve a nosotros, esto se llama principio de “servicialidad” (por lo que en estricto rigor en cualquier servicio público debieran recibirlo a usted con alfombra roja, aunque sabemos que no es así). ¡Ah! y ¡otra cosa importante! otro principio de gran importancia: el de “subsidiariedad” (lo tengo claro, a mí también me hubieran gustado nombres con menos sílabas o que se pudieran pronunciar a la primera) que implica que el Estado nos debe auxiliar cada vez que nosotros realmente lo necesitemos, cuando no podamos o derechamente no queramos desarrollar una actividad importante para este bien común de todos y cada uno. “En cristiano”, ambos principios quieren decir que: el Estado, que está a nuestro servicio, está obligado a apoyarnos, pero sólo cuando realmente lo necesitemos, porque debiéramos tratar de avanzar por nosotros mismos y, sólo si no se puede, recurrir a él que interviene “en subsidio” para satisfacer nuestras necesidades, sin abusar de su rol de servicio o esperando que sean satisfechas sin nuestro mayor esfuerzo; porque las necesidades son muchas y de tanta gente que tiene las mismas o peores que las suyas o las mías, y el Estado, en teoría, hace lo que mejor puede por echarnos una mano a todos.

Siendo sinceros, así como lo planteo no parece tan malo, el problema surge cuando el Estado al intervenir “en subsidio” lo hace mal, lo hace tarde o de mala calidad, pero eso es responsabilidad más del gobernante y sus políticas, que del modelo mismo, que tampoco está exento de críticas; de hecho hay otros países, como Cuba o Venezuela, que entienden que el Estado no debe ser subsidiario sino derechamente intervenir siempre; pero el nuestro es un Estado de subsidiariedad según nuestro Derecho. Yo ya tengo mi opinión al respecto, la idea es que usted se haga la suya sin “intervención” ni “subsidio” de mi parte, y lo único que me interesa que usted sepa hasta aquí, es que el poder es suyo, que existen diversas funciones del poder y que el Estado está a su servicio, ya luego veremos cómo simplificamos este enredo.

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