Columna de Opinión:
por Mg. Claudio Moreno Rojas
Abogado
Magíster en Pedagogía en Educación Superior → Universidad Tecnológica de Chile en conjunto con la California State University
Magíster en Derecho → Pontificia Universidad Católica de Valparaíso
Estudiante Doctorado → Universidad de Buenos Aires.
Pedí a nuestro equipo de publicidad el espacio, que no me tocaba, para escribir esta columna. Y es que siento el deber de compartir, con todo aquel que nos quiera leer, algunas reflexiones que de los años de estudio han ido surgiendo, y porque creo que la peor de las desigualdades en este país es que el conocimiento se lo sigan reservando unos pocos, más cuando hablamos de temas cívicos, ese que nos incumbe a todos aunque no todos lo sepamos, lo que ya es una desgracia y tal vez la raíz de todas las desigualdades: nuestra poca educación cívica.
Sin duda han sido días tan difíciles como cambiantes para nuestro país. De ser el aparente “Estado-paraíso” para nuestros hermanos latinoamericanos, pasamos estar en el ojo del huracán internacional. Una economía y democracia que se jactaban de ser estables en realidad escondían, bajo envidiables macro cifras, la más tremenda de las brechas sociales en un país.
Es que es tan complejo proponer un análisis de lo que nos pasa, tratando de ser objetivos, alejándonos de nuestras propias ideologías y de nuestras convicciones. Pensar “en global por sobre lo individual” es algo que siempre ha costado al ser humano, porque incluso aquellos que pregonen ideales comunes, en algún momento puede que, sí o sí, remen hacia la conveniencia propia. Y tal vez es eso: Chile se enfermó de conveniencia propia, enfermedad que nos viene consumiendo desde hace muchos años y muchos gobiernos.
Hoy, por el valor de 30 pesos de un pasaje de metro, se manifestó un gran estallido social tan multifocal que parece inabarcable para cualquier gobierno. Porque: dar respuesta a todas las carencias, necesidades y cosas mal hechas durante tantos años, todas al mismo tiempo y ¡rápido! hace que, sin duda, nadie quiera estar en los zapatos de nuestros actuales gobernantes. Así, fue como Chile: pasó de ser el “Estado paraíso” a un castillo de naipes que pareciera desmoronarse en menos de una semana.
Y es que el reclamo de la ciudadanía está perfectamente justificado, porque los problemas no surgieron todos juntos, ¡estallaron todos juntos! porque no dan más, esperando por años alguna solución efectiva y no aparente. Porque en Chile no existe un derecho social que esté absolutamente asegurado. Si se revisa nuestra Constitución Política, veremos que, en nuestros derechos sociales, siempre hay o “una letra chica” una norma que no cierra, o un derecho que se protege a medias o “en la medida de lo posible”, pero nunca de manera completa, eficaz o en dignidad. Ni salud, ni educación, ni vivienda, ni sueldos, ni pensiones, ni los recursos naturales…nada de nada está protegido como queremos que esté protegido.
Veo a compatriotas en las calles desde muchos roles y posiciones: los primeros y los más importantes, los manifestantes, que marchan con fe, de manera pacífica pero firme y que han logrado el enorme efecto de hacer que todos nosotros veamos “en global” los problemas que siempre se protestaron por años y por separado; también hay otros que no tienen idea por qué marchan, pero lo hacen; y otros que, por desgracia, a su paso lanzan piedras, apedrean e incendian todo lo que se les atraviese. Por último, también veo uniformados, esos que tienen que cargar con el triste prestigio de ser “represores” por seguir órdenes, pero que también deben sentir miedo porque están absolutamente superados, y en eso, algunos, se han excedido también de manera brutal. Todos ellos tienen algo en común: cansancio e ira, y en esto último se pierde el control de todo y por todos.
Es que en algún momento olvidamos que los dueños del poder somos nosotros: el pueblo (y también olvidamos las responsabilidades que esto acarrea), y que nuestros gobernantes son nuestros representantes, esos que parecen no representar a nadie salvo a su conveniencia propia. Olvidamos también que esto no es culpa de un sólo color político, ni de un Presidente, ni gobierno en concreto, ni de un partido. Es culpa de todos: de ellos, por no representarnos y de nosotros por ponerlos justo ahí donde están, ¡por que sí! Ellos llegaron ahí con nuestro voto desinformado o con nuestra abstención.
Porque siento que llegamos a una crisis tan profunda que no se soluciona con “medidas”, sino con redibujar el pacto social, es decir, definir las bases del nuevo Estado que queremos. Porque llegamos a un punto en que el chileno siente que le han quitado tanto, que ni miedo siente de las normas, del Derecho, y eso sí me asusta, porque cualquier comunidad política como lo es un país, parte de la base fundamental, de que, es la minoría y no la mayoría, quien desacata y desafía a la norma. Porque la mayoría respetamos el Derecho como orden social y los derechos de los demás y, en un Estado de Derecho, el irrespeto normativo debiese ser la excepción.
Y no es que avale los toques de queda en ningún caso, mis dichos son, porque siento también a veces que en los primeros días de esta crisis llegamos a una suerte de “suicidio ciudadano” en que peleábamos contra nosotros mismos, porque créame, hoy, hay mucha gente sin trabajo y con sus negocios destruidos producto de saqueos, de incendios, y tantas otras manifestaciones que, al menos yo, no veo como democráticas ni justificables, porque desdibujan la lucha, porque desvían el foco, pero sobre todo porque perjudica enormemente a un compatriota, ese mismo que abraza nuestra causa común.
Es necesario que sepamos también que todos los poderes del Estado deben actuar en forma conjunta para redibujar este nuevo pacto social del que hablábamos, porque no todo depende del Presidente, hay muchas cosas que puede hacer y ¡que debió hacer mucho antes!, es cierto, y no tiene el ejecutivo ningún tipo de justificación. Pero también hay otras que sólo se pueden hacer por ley, es decir por el Congreso. Esa reforma al sistema de pensiones, el salario mínimo y tantas otras peticiones, sólo pueden ser reguladas por diputados y senadores, quienes han tomado palco mientras ven al pueblo distraído con la cabeza del primer mandatario a punto de ser clavada en una estaca. Pero no, en un Estado de Derecho y democrático, los poderes están separados, precisamente para evitar concentrarlo todo en una sola mano como en las dictaduras, y eso exige que, en las nuevas bases de nuestro Chile toda la clase política trabaje y trabaje rápido. Tal vez esto usted no lo sepa y no es su culpa, la educación cívica, ya sabemos, también nos la han quitado.
Sorprende, como ante la presión del pueblo que logra paralizar medio país, el Congreso pueda votar una ley en 48 horas, cuando hay otros proyectos que pueden dormir por años. Sorprende también que el ejecutivo crea que puede controlar a las personas con militares en pleno siglo 21. En fin, ¡todo sorprende! Pero lo que más sorprende, y para bien, es el Chile organizado, ese que junta pancartas y cacerolas de todos los colores para decir “¡basta!”, ese que se une de manera pacífica y reúne a miles de compatriotas en un sólo canto, ese que nos recuerda que la democracia no la han inventado ellos y que sostenerla siempre dependió de nosotros, ese que fue capaz de armar la marcha más grande de la historia de Chile.
Finalmente, el otro gran problema en que todos nuestros gobernantes se han metido por su soberbia en tres décadas, es que hoy, se hace imposible saber con quién conversar, con quien cerrar el trato o qué necesidad atender, porque convengamos que: ¡qué difícil será para la clase política sentarse a la mesa con todos y con ninguno a la vez!, porque, quien está del otro lado de esta mesa es, nada más y nada menos, que el país completo.
Pero no creo, ni creeré jamás que la violencia sea la única forma de obtener derechos. Tampoco creo que no involucrarse, no informarse y “no hacer nada al respecto” sea el camino. Porque desde las cacerolas, el sufragio, la conversación familiar y hasta esta columna es hacer ese “algo al respecto” desde nuestras posiciones y los roles que todos cumplimos de manera diversa en la sociedad.
Porque esto no es una cuestión ni de un lado ni de otro, ni de una política ajena a nuestras vidas. La política es de todos, y la lucha que hoy dan muchos compatriotas es para que usted, para que yo y para que las generaciones futuras, tengamos el Chile que todos merecemos de una vez por todas con dignidad, libertad, justicia, y, sobre todo…igualdad, con gobernantes que asuman que son nuestros representantes y su deber es escuchar las demandas de su pueblo sin el vicio de actuar sólo por conveniencia propia. Porque estemos de acuerdo o no, llegó el momento en que Chile efectivamente despertó y demostró que todo lo que nos han contado que es, no es más que un castillo de naipes.