Columna de Opinión:
Por Mg. Claudio Moreno Rojas
Abogado
Magister en Pedagogía en Educación Superior.
Magíster en Derecho.
No puede ser que aún vivamos en un Chile en que no se puede hablar ni de política ni de religión sin que nos lancemos platos por la cabeza. Y justo aquí me pregunto, ¿de qué deberíamos hablar entonces?, ¿de reggaetón?
Ya hemos llegado a nuestra última columna, durante 10 semanas he intentado de manera sobrehumana: seleccionar, sintetizar y simplificar un curso completo de Derecho Cívico en apenas 4400 caracteres cada vez, para un barniz información ciudadana que tanta falta nos hace como país. De aquí en adelante usted debe caminar solito(a) y, espero sinceramente, que ya no lo haga por las calles con las pancartas equivocadas.
¿Pero sabe? este último número hemos de dedicarlo a la verdadera razón de todo, y el por qué los estados, las constituciones, los presidentes y los jueces existen, y es una sola: la persona.
“El Estado está al servicio de la persona humana” decíamos semanas atrás, y a esto le pusimos nombre: principio de Servicialidad Estatal, es decir, todo el actuar, de cualquier órgano del Estado está orientado al servicio nuestro, el de las personas, todas y cada una.
Sin embargo, existe una categoría de la que no hemos hablado aún y que pareciera dolernos tanto: los derechos humanos. Todos hablan de ellos, pero nadie sabe exactamente qué son ni donde se encuentran. Y la respuesta no es sencilla, porque para poder hablar de ellos, es imprescindible aclarar primero, qué significa ser “persona”.
Todos los individuos de la especie humana, cualquiera sea nuestra edad, sexo, estirpe o condición somos personas (todos, incluso al que usted tiene por criminal). Y todas las personas tenemos una cualidad única, sin diferencias: la “dignidad” que nos garantiza ser sujetos de Derecho. Y es por este ejercicio consecuencial que todos tenemos derechos, es decir, somos personas, por tanto somos dignas lo que nos hace sujetos de Derecho. ¿Se entiende?
Hablar de Derechos Humanos, no es sencillo para Chile, y cuando hablamos de ellos me estoy refiriendo a derechos que, gozan de un nivel superior entre todos los demás, por ser los más cercanos a la dignidad, por eso tienen mayor peso. Por ejemplo, no pensará usted que el derecho a que le den boleta en el supermercado pesará más que el derecho a la vida, a la educación o a la honra, ¿verdad?, porque estos últimos claramente están más cerca de la dignidad, funcionando como una barrera de protección.
De hecho, usted también sabe, o al menos intuye, que existen derechos más importantes que otros, y aunque existen 5000 libros y teorías a este respecto, nosotros sólo diremos que los derechos humanos son los que provienen de la naturaleza humana, habiendo algunos que además se encuentran consagrados en nuestra Constitución Política o en los tratados internacionales vigentes en nuestro país, todos como guardianes de la dignidad.
La vida, la libertad, la honra, la educación, el acceso a la salud, y tantos otros son derechos humanos, y no puedo obviar (sería inconsecuente y hasta poco ético de mi parte) el referirme a que, a lo largo de nuestra historia como país, han sido irrespetados más de una vez.
Ponga atención, los atentados contra los derechos humanos no son admisibles en ningún Estado que se diga democrático, bajo ningún pretexto ni por ninguna razón. Pero ¡ojo! no es sólo el Estado quien debe respetarlos, también nosotros. Cuando usted denigra a un hermano inmigrante, o discrimina a alguien por su condición social, sexual, física o intelectual; cuando golpea, humilla o roba, etc. usted también está atentando contra los derechos humanos de otra persona, y, por tanto, también está actuando fuera de la ley.
No es el fin de esta columna revivir pasados históricos, sino mirar hacia el presente y a un futuro más informado. Pero nunca tendremos una sana democracia si no somos capaces de aceptar, (y ojo que no dije “tolerar”, sino “aceptar”) que en Chile hay gente que aún llora a un hijo, un padre, o un hermano que desapareció. Pero, por otro lado, también debemos “aceptar” que hay muchas generaciones que no deben ser contaminadas por el odio, justificado o no, de un país en el que ni siquiera nacían. Entonces, estoy tratando de decir que, ambos tienen razón, tanto aquellos que pregonan “ni perdón ni olvido” como aquellos que nos instan “dar vuelta la página y avanzar”.
Entonces ¿qué hacemos?, “aceptar”, no los errores sino las razones, de unos y de otros, porque ambos tienen sus motivos. Ya que no puede ser que aún vivamos en un Chile en que no se puede hablar ni de política ni de religión sin que no lancemos platos por la cabeza. Y justo aquí me pregunto, ¿de qué deberíamos hablar entonces?, ¿de reggaetón?
Porque es precisamente eso lo que quieren algunos; que sigamos siendo una masa de corderos, que nos gastamos la vida tratándonos de “fachos pobres” y “comunachos”, con un nivel de violencia contra el que piensa distinto que es realmente triste. Donde no se puede ser de derecha sin ser tildado de “asesino” ni de izquierda sin hablar de un “ChileZuela” que ni siquiera existe. Y como guinda de la torta: tampoco votamos. ¡Bravo! ¡lo estamos haciendo estupendo!
Si usted quiere que sus derechos sean respetados, tome estas 10 columnas y léalas como un cuento (verá todo mi esfuerzo que para que tengan un orden lógico) y con estos elementos vaya e involúcrese. Porque nos encanta decir que tenemos derechos, pero cuánto nos cuesta asumir a veces que también tenemos deberes. Y hoy, tal vez nuestro mayor derecho humano, es el derecho a voz, que de nada vale sin un voto informado, por quién usted quiera, pero informado; sólo así, podremos tener ese Chile que todos queremos.
Buena suerte, gracias por su paciencia en leerme y hasta la próxima vez.